El único sobreviviente
de su generación. El único
capaz de mantener
su apetito y
su presencia en una nueva
hornada. Tim Cahill se
despidió con un
golazo contra Holanda
y de paso
entró en la
historia del balompié
mundial.
Rápidamente
corre hacía el
banderín y demuestra
sus cualidades pugilísticas. Olvidado en
el fútbol norteamericano nadie
pensaba que este
viejo ídolo del
Everton continuaba saltando como
nunca y rematando
como los mejores
del planeta. Atrás quedaron
esas tardes decepcionantes que
marginaban a los
australianos de una
Copa del Mundo. Atrás
también esa noche
donde por fin
hubo cobrada la
revancha y enclavarse
en tierras alemanas
para demostrar que
la generación de
oro era precisamente
la más valiosa
de la historia
del canguros.
Tim Cahill puede
presumir de ser
un prócer de
una selección que
siempre tuvo buenos
elementos, pero que los
repechajes impidieron que
se muestren con
anterioridad en el
mundo balompédico. Como no
recordar su participación
en aquella batalla
contra Uruguay en
el 2005, donde los
penales fue el
puente para llegar al
fin a un
Mundial. Allí estaban los
inolvidables Vince Grella, Mark
Viduka, el ahora vapuleado Mark
Schwarzer y un
todavía presente Tony
Vidmar.
Después vinieron
las temporadas gloriosas
en el Everton
martillando a punta
de cabezazos las
porterías del reino. Y más
tarde, cuando las lesiones
comenzaban a presentarse, intempestivamente apareció
en los Estados
Unidos para fichar
por los Red
Bull New York.
No es un
Neymar, ni siquiera un
Harry Kewell, pero lo que
hizo siempre lo
realizó con el carácter
y
la fuerza que
imponía en todas
sus acciones. Tim Cahill
se despidió del
mundo futbolístico hace
menos de un
mes, seguirá en Norteamérica, aunque los
ojos insatisfechos del fanático mundial
solo podrán rememorar
al canguro que
anotaba y boxeaba
al mismo tiempo. Hay quienes
construyen su destino
y otros que
sencillamente están predestinados.
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