Deberíamos hablar de ambientes estables y no de lamentos acelerados. La cúspide tiene su momento y las caídas suelen durar mucho tiempo. Las lagunas del Chelsea muestran su rostro, y no precisamente son las del triunfo.
Cuestión de horas cultivaron la salida de Roberto Di Matteo, la llegada de Rafael Benítez y la opción de recuperar a Didier Drogba. Demasiado para tan poco tiempo. Creo que hasta el reloj se vio estupefacto ante tantos vaivenes.
Di Matteo siente lo que en su momento sintió André Villas Boas. Acuchillado por la Juve, el técnico italiano se divorció del Chelsea involuntariamente, sin antes cruzarse en los pasillos con Rafa Benítez, sin club hace algunos meses pero siempre merodeando por el reino.
Y don Rafa sabe que toma a un mareado campeón europeo cuya resaca será saludada por el Mundial de clubes. No es poca cosa realmente. Dado que el protagonismo nunca es del entrenador, desde tierras milenarias Drogba sorprende con la posibilidad de regresar a Stamford Bridge aprovechando el receso del torneo chino. Pobre Fernando Torres, creo que ni cuando se retire podrá quitarse la sombra del elefante marfileño.
Novedades para un conjunto que hacía de la defensa un arte, aunque puede ser que le sucedió como a los golosos, demasiada miel termina por empacharlos. Barriga llena, corazón contento.
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