Cada vez me
convenzo más que la vida
te cobra cada
mala acción de
la misma manera. Hoy, el Club Atlético Tigre sufrió
graves atropellos, aun por
corroborar, que los
obligaron a acurrucarse
en su vestuario
y negarse a
salir a jugar
el segundo tiempo
de la final
de la Copa
Sudamericana. El Sao Paulo
es el campeón y no hay nada
peor en este
mundo que escuchar
quejarse a un
argentino.
Ningún tipo de
violencia está justificado. Ni en
Brasil, ni en Argentina, ni
en cualquier parte
del mundo. Lo sucedido
hoy en el
Morumbi no tiene
nombre. Si hubo agresiones
hacía los jugadores
platenses esto no
puede quedar en
el olvido, sino que
tiene que ser
un precedente para
futuras competencias donde
el fanatismo desmedido
debe quedar de
lado, y la violencia
y pasividad de
los dirigentes debe
ser sancionada como
es debido.
Lamentablemente los antecedentes
no les favorecen
a los argentinos. Basta con recordar
la mano contra
los ingleses en
México 86, la falta
de respeto de
los integrantes de
Boca Juniors yéndose del
campo cuando el
Once Caldas le
ganó una final
de Copa Libertadores, y como olvidar los famosos pinchazos
del Estudiantes de
Oswaldo Zubeldia y
el escupitajo del “Chino” Benítez
al “Bofo” Bautista.
Todas estas líneas
no deberían estar
aquí. Hoy tenía en el tintero
tal vez una
jugada a balón
parado de Tigre o a lo
mejor una apilada
de Lucas Moura
como una genial
despedida de los
hinchas paulistas. Hoy quería
hablar de fútbol, de
alguna declaración o
de unos minutos
finales emocionantes y llenos
de lágrimas. Hoy quería
escribir de lo
que tanto me
apasiona y terminé
hablando de lo
que tanto me avergüenza,
la estúpida e
injustificada violencia.
Mi disculpas
a ustedes.
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