No sé cómo empezar. Realmente no
lo sé. Son casi
las ocho de
la noche y
hasta ahora no
sé cómo expresar
lo que significa
o representa el
choque entre peruanos
y uruguayos. Lima está congestionada, no se
habla de otra
cosa, y es que
cuando un sentimiento
está reprimido el
tiempo hace que
este se transforme
en una ilusión.
Robbie Keane cantaba
el himno irlandés
con fervor, casi con
religiosidad. Mirada al cielo
y tras más
de hora y
media de juego
su vista buscaba
sobre el césped una
respuesta ante la
adversidad. Los cuentos futbolísticos son el preámbulo de
un partido que
es más que
un partido. Que si
Didi hubiera alineado
a Orlando la
Torre Brasil no
nos hubiera ganado
en el 70. Que si
los nuestros no
se hubieran vendido
Argentina no se consagraría campeón
Mundial en el 78,
o que
si la dichosa
riña entre Cubillas
y Uribe no hubiera
existido la blanquiroja
con seguridad se
ubicaba entre los
primeros en España
82.
Humala y Nadine
seguramente estarán presentes
en el Nacional. Un programa
dedicado a las
amas de casa a
tempranas horas solo hablaba de Farfán,
Suarez y
de los comentarios
maduros de Pizarro. Colombia ha ganado,
mientras España y
Alemania han confirmado
su presencia en
tierras cariocas.
Decidí descansar
hoy. Verdaderamente que lujo
de trabajo el
mío. Enclaustrado en mi
hogar tan solo
espero con frialdad un partido que es
más que un
partido, pero que al
fin y al cabo es
nada más que
un juego.
Peruanos y uruguayos
se juegan su
futuro. El primero trata
de revivir un
pasado interesante. El segundo
trata de reafirmar
su dominio continental. Soy peruano
y no me
compadezcas. Soy peruano,
pero igualmente soy
un admirador del
fútbol.
Que gane
el mejor.
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