Quien intenta
cambiar lo hace
por convicción y
no por el
entorno. El arte no
es sinónimo de
triunfo. Admirable sí, pero
el resultado pide
mucho más que
eso. Cuando la confusión
atrapaba al balompié
brasileño hubo una vez
un vapuleado entrenador
que hizo lo
que nadie quería
que hiciera.
Toque y
técnica. Abundancia de creativos
y una frágil
defensa. No había tantos
centrales con capacidad. El
arquero era una
moneda al aire
y los atacantes
comenzaban a reaparecer
en mayoría. Sebastiao Lazaroni
no marcó un
hito futbolístico, es más, algunos
lo consideraban un
destructor del jogo
bonito. Da igual si
lo fue o no.
Con una
Copa América bajo
el brazo y con
un Romario y
Bebeto como tándem
ofensivo, el táctico intentaba
conseguir lo que
Pelé y compañía
habían logrado en
1970. Libero y dos
stoppers, pero Sebastiao,
qué estás haciendo,
si Brasil siempre
juega con línea
de cuatro. Y entonces, dónde ubico
a Mauro Galvao, Ricardo Rocha
y Ricardo Gómez. Tú
no descubriste a
Jorginho, aunque te dio
la solución en
la franja derecha. Pobre Mazinho, quien diría
que en sus
años mozos era
carrilero.
Haz una
Lazaroni, reúne a los
creativos para alimentar
y controlar. Haré lo que la
mayoría no quiere. Ven
aquí Dunga, corre y
muerde. A tu lado
te pondré uno
que lanza bombazos
y que también
quita. Desde Italia Alemao
venía con su
dúctil fútbol entre
manos. Felizmente que
Para qué
jugarme con las
promesas, si el Mundial
se juega en
Italia que mejor
que apostar por
dos atacantes del
Calcio. A Careca nadie
lo discutirá, y en el
caso de Müller, que
mejor que darle
la posibilidad de
mostrarse en una
Copa del Mundo.
Alemao no
corrió a Maradona
porque era su
amigo, al menos eso
es lo que
cuentan. Branco se quejó
del agua contaminada
y la mala
puntería hicieron que
Brasil dejará sus
sueños en octavos
de final.
Lazaroni no
será un pionero, ni
será el más
querido, pero nadie, después de
tantos años, puede negar
que con su
filosofía revolucionó el
balompié carioca. Si Brasil
juega como lo
hace ya saben
quién tiene la
culpa.
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