Siempre me lo
contaron y no
me quedaba otra
que creerlo. Me hablaban
de Sanfilippo y
de un tal
“gringo” Scotta. Bueno, yo crecí
con Silas, el “pipo”
Gorosito y el
“pampa” Biaggio. Es decir, había
grandes, pero no existían
copas. El mirar ha
terminado y el
orgullo al fin
es propio. San Lorenzo
es campeón de
América, San Lorenzo hoy
ha hecho historia.
Dejo que el
tiempo no influya
en mis palabras, porque aún
es miércoles y
sin embargo publicaré
el jueves. Y el
estadio retumbaba y
lloraba con la
emoción que solo
la Copa puede
dar. Porque ganar por
primera vez es
también aprender a
conseguir los sueños. Porque los
ausentes son campeones
y los presentes
son los mejores.
Ignacio Piatti en Norteamérica y
Ángel Correa recuperándose de
una afección cardiaca. Y este San
Lorenzo supo quebrar el
dominio brasileño y
reponerse del nerviosismo
propio de una final que
pudo haber definido
en Asunción, pero que
un gol en
el último suspiro
llevo a los
de Boedo a
un punto de inflexión terrible. Allí paseaban
las imágenes del
viejo Gasómetro y del
famoso trio conformado
por Farro, Pontoni y
Martino. Era 1946 y
los azulgranas se convertían
en
el nuevo campeón
del balompié argentino. Tanto tiempo
ha pasado y
casi nadie se
percató de ello. Solamente los
verdaderos cuervos que
junto a Newell’s
seguían siendo los prohibidos para
ganar el cetro
continental.
Por eso, hace unos
minutos cuando Leandro
Romagnoli elevaba la
Copa Libertadores, no solo
cumplía con la
ilusión de tantos
miles, sino que al
fin colocaba a
San Lorenzo de
Almagro entre los
grandes del continente. Para la
eternidad los dirigidos
por Edgardo Bauza
y constituidos por
Juan Antonio Pizzi, porque
pese a que
el “patón” es
el cerebro del
conjunto es innegable
también que el
ex goleador es
responsable de la actual gloria
azulgrana.
Y nadie podrá olvidar
a los once
que llevaron a
los cuervos al
título. Sebastián Torrico
como el último
bastión y Mauro
Cetto con toda la experiencia
adquirida en Europa. Julio
Buffarini por la
derecha y Emmanuel
Mas, histórico apellido, por
la izquierda. Santiago Gentiletti
volando por las
aires y el
portentoso Néstor Ortigoza
manteniendo el orden
dentro del campo. Juan
Mercier barriendo y
apoyando, el uruguayo Martín Cauteruccio
aportando su potencia
y el temible
Mauro Matos definiendo ante
la más mínima
oportunidad. Punto aparte para el creativo
Leandro Romagnoli, digno emblema
de un equipo
sin galácticos, pero con
verdaderos hombres.
La organización
estuvo impecable, aunque pienso
que tanto detalle
le quita el
arquetipo original a
un torneo hecho
para el pueblo. La gente
invadiendo el campo y los
abrazos emotivos. El llanto incontenible y
los gritos desaforados. Allí estaba
Tinelli y el
recuerdo de Grondona. Allí estaba
el padre el
abuelo y el
nieto. Porque la Libertadores
es una imagen
del continente, un continente
carente, pero que sabe
que con poco
se puede hacer
mucho.
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