La memoria futbolística es tan ingrata y efímera que no deja vestigio alguno. Ha transcurrido tanto tiempo que el tan solo mencionar a la antigua Yugoslavia resulta un golpe para los que viven el presente.
Para aquellos que presumen de un vasto conocimiento balompédico, no puede quedar al margen lo que significo en su momento esta nación, ni mucho menos los cracks que durante su existencia supo donar.
Dragan Stojkovic es un nombre maldito para el fútbol español. Inolvidable sus anotaciones en el Mundial de Italia 90 para dejar a la ex furia fuera de la competición. Pero esto solo pasa a ser una carta de presentación, sin sentido para los que nunca escucharon hablar de él, pero una arista importante para los que aún lo añoran.
Piksi, como lo llamaban, hizo su primaria futbolística en el Estrella Roja. Dueño de un regate higiénico y colmado de habilidad, no pudo resistirse al poder económico de Bernard Tapie (Presidente del Olympique Marsella), y mudarse al Velodrome para convertirse en el fichaje estrella del campeón francés. Grave lesión para culminar con la fantasía. Dragan fue víctima en su mejor momento, para volver en una final de Copa de Europa, negarse a disparar en la tanda de penaltis y poner por encima de todo sus sentimientos. Era el año 91 y el Marsella se debatía en un duelo inmortal contra el Estrella Roja.
Después vino su periplo triunfal por Japón y su posterior coronación en el continente asiático. La fina zurda de los Balcanes era ya un tipo maduro, y hasta se podría decir, algo acompasado. El serbio de la donairosa técnica dictó clases por doquier pero ha sido preso de la amnesia del populacho, ha sido recluso del olvido. El tiempo fue tu mayor escollo, tu fútbol fue el mejor obsequio.
Muchas gracias.
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