Tanto pregonar termino por hacerse realidad. Depositar toda la responsabilidad al Madrid hizo de Guardiola no un técnico modesto sino un sujeto irónico. La voz cansina del ex internacional español, siempre con el discurso condescendiente, negando sus intenciones de hacerse con la liga y alabando al que hasta ahora menosprecia.
“Mañana el Barcelona clasificará a la final de la Champions, ya sea por las buenas o por las malas”. Pensaba en voz alta. El Chelsea era un moribundo que esperaba los santos oleos catalanes, es más, sus posibilidades no sobrevivieron 45 minutos, y es que todo indicaba que el mejor equipo de todos los tiempos haría trizas a la poblada defensa londinense.
Un cuarteto al fondo presto a la anticipación y a evitarle todo trabajo a Cech. Cinco en el medio para morder y copar todos los espacios, y Drogba, así es, Drogba para hacer una de las suyas.
Caras largas de quien eterno se creía. No sé porque tanto apasionamiento, no lo sé. Ahora hablan de merecimientos y mezquindades. Ahora hablan los que se acostumbraron a ganar y que ahora les toca aprender a perder.
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