Cuando la selección
juega jugamos todos. Así dicen
los spots y
así retumba en
la ciudad. Todos corren, algunos piden
permiso, otros aprovechan el almuerzo
y los más
osados, en el mal
sentido de la
palabra, presentan un descanso
médico fraudulento.
En la televisión
hablan de la
tabla de posiciones. De quien
debe ganar y
quien debe perder. Como
si nuestra infalibilidad
estaría intacta. Si Perú
juega con un
equipo B, que si
nunca hemos ganado
en La Paz o que
si la ciencia
hará lo suyo
en pos de una victoria deseada.
Más que jugar
con altura hay
que aceptar con decencia nuestra
realidad, nuestra situación,
y que
si hemos caído
al fondo hay
que reaccionar como
se debe, primero con
un paso no
para clasificar sino
para tratar de
tener un estilo, de
crearnos un camino. El toque
atildado, muy similar al
brasileño, así lo he
escuchado desde que tengo
la poca razón
que me acompaña. Lo
curioso es que
hasta Brasil cambio
su forma de
jugar.
Dicen que el
fútbol de un país
es
un reflejo de
su sociedad. De una
sociedad informal y
retorcida como la
nuestra solo puede
derivar frustración tras
frustración, sin embargo,
muchas veces existe
un buen trabajo
y los resultados
no acompañan. Somos un
compendio de todo
lo que nos
ha sucedido, de todo
lo que hemos
experimentado. Entonces, como
pretender clasificar cuando
tan mal nos
hemos conducido las
últimas décadas. Ojo, estoy hablando
de fútbol, no se
sientan aludidos los
compatriotas.
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