Cada uno tiene
lo que se merece.
Nunca lo
he creído así
y me parece
una aventura aseverar
lo contrario. Perdón por
el autoritarismo. Víctor Moses
estaba destinado a
pelear el descenso
con el Wigan. Hoy es
jugador del millonario
Chelsea y campeón
de la Copa
África. Para que más.
Abandonó su
natal Nigeria envuelto
en la clandestinidad. Huérfano y
sin comprender lo
que sucedía, el pequeño
Víctor creció refugiado
en Londres alcanzando el
gusto por el
fútbol y formándose en
el Crystal Palace. No todos
corren con la
misma suerte. A los 16 años
debuto con el
cuadro londinense y
en el 2010
llego al Wigan. Y cuando
su futuro estaba
destinado a la angustia
total Roberto Di
Matteo se interesó
en él y
lo llevo a
Stamford Bridge.
Perdió el
Mundial de Clubes, quedo
eliminado de la
Champions en la
primera fase, y cuando
viajo a Sudáfrica
para jugar el
torneo continental, no era
titular y para
colmo las “Águilas
verdes” jugaban un
papel secundario ante
la poderosa Costa
de Marfil. Defendió a
la selección anglosajona, pero al
no hacerse con
un lugar en
la Sub-21 decidió
unirse al conjunto
nigeriano que precisamente
urgía de un
reemplazante de Peter
Odemwingie.
Moses es
un actor de
reparto, y él lo entiende
así. No necesita de
protagonismos, pero si hablamos
de carreras profesionales, en su
caso no podemos
catalogarla de meteórica
sino de consecuente.
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