Nuestra memoria
suele ser impía
y hasta muchas
veces inconsistente. Hablamos de
acuerdo al momento
y no con
sustento. Hay tiempos y
tiempos, pero el fútbol
no se puede
dar el lujo de esquivar el
pasado y solo
tener un presente.
La hegemonía madridista
y catalana de
los últimos años
es tan aburrida
como los finales
de los 80
y comienzos de
los 90, cuando los gigantes
españoles se repartían la
liga dejando las
migajas a sus
humildes escoltas. Felizmente en
el intermedio hubieron
un Deportivo o un Valencia, y
hasta un Atlético
que impidieron que
el torneo hispano
se convirtiera en
una suerte de
campeonatillo de dos
equipos.
Julio Cesar Romero
no era uno
más del montón, buen
jugador, pero nunca ostentó
el cartel de
fichaje estrella. Es más, casi
nadie recuerda que
fue jugador del
Barcelona y que
tal vez sin
su aporte futuros
cracks paraguayos no hubieran trascendido
como lo hicieron. Solo meses
en la ciudad condal
le permitieron vivir
una calurosa bienvenida, una rotura
de ligamentos, el cuestionamiento de los
entendidos, y finalmente, una
triste despedida que
registraba seis partidos
y un solo
gol.
El Madrid fue
campeón y Romerito
junto a Lineker
hacían maletas para
dar paso a
la llegada de Ronald
Koeman y Michael Laudrup. Es decir, para
que empiece a
nacer el Dream
Team. Romerito nunca fue
un fichaje estrella, fue
bueno, y cuando le toco su
momento de gloria
él estuvo ausente. Grande paragua
porque sin ti no
hubieran existido los
Chilavert, Gamarra o Cardozo.
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