martes, 31 de enero de 2012

Muchas gracias Roberto Carlos



Cuando te vas eres el mejor y cuando estas eres uno más. Roberto Carlos es miembro honorario de esa clase futbolística inigualable en su momento, pero arrojada a un lado después. Sus teledirigidos remates, ausentes en la actualidad, no son más que un portentoso recuerdo del último gladiador que dejó la arena por el verde césped. Eran fines del 96, el Madrid había cedido un empate en casa frente al modesto Logroñés dando rienda suelta al quejido de Fabio Capello: “Con estos jugadores no se puede jugar mejor. Es lo que hay”.

Roberto Carlos era el lateral izquierdo de aquel conjunto merengue que buscaba ser un calco del Milan. Un larguirucho arquero (Bodo Illgner), Hierro con Alkorta en la zaga respaldando al holandés Clarence Seedorf y al francés Christian Karembeu. Un gran proyecto en los pies de Raúl Gonzáles y los atacantes de moda en España, el croata Davor Suker y el montenegrino Pedja Mijatovic. En ciernes la sentencia Bosman y con el Barcelona atravesando la etapa post Cruyff.


Adjudicándose la liga el internacional brasileño echaba por tierra las críticas con las que tuvo que escapar de Italia, volviendo a ser ese lateral rápido e infatigable que abría el campo y hacía fuego gracias al obús de su pierna izquierda. Ya nadie mencionaba su paso por el Inter de Milan, todos o al menos la gran mayoría dejaban salir los halagos más complejos para el ex jugador del Palmeiras y digno sucesor de Junior (Mundialista en España 82) y Branco (Campeón en USA 94).

Copas de Europa, ligas, Mundial, y después el Fenerbahce y el Corinthians – su último gran club – antes de anclar o autoexiliarse en Rusia, para desde las gélidas tierras de Stalin anunciar el retiro definitivo de la actividad. Tan solo una luz de bengala para hacerse notar y hacer frente a la muchas veces ingrata afición futbolística.


En tiempos cuando la banda izquierda tenía un dueño no cabía la interrogante. Hoy, cuando el mundo se debería despedir de él y no él del mundo, retumba al unísono: ¡Ha concluido la dinastía!  Es una verdadera lástima.

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