La esperanza nunca se pierde aunque personalmente yo la
perdí hace muchos años. Y ojo que no hablo solo de fútbol. Pero bueno, Ricardo
Gareca es el nuevo entrenador de la selección peruana. Un reto, es posible. Una
condena, puede ser cierto. Hay motivos poderosos que mueven a un ser humano y
hay también realidades irrefutables que pueden destronar al mismo ser humano.
Coherencia para no abandonar un look que ya es una marca
personal. Tal parece que para él técnico argentino el tiempo no ha pasado, salvo
algunas arrugas que marcan el rostro del desafortunado goleador del América de
Cali, y lo digo por las finales pérdidas más no por su performance personal.
Amado y despreciado. Odiado y admirado. De Boca a River y de River al América.
Nunca un reproche a aquellos que desde la grada lo insultaban. Nunca un gesto
malgeniado y siempre con el destino caminando en su contra. No pudo ser campeón
mundial y no pudo alcanzar el cetro sudamericano. Hizo lo que pudo, pero
Bilardo no lo llevó a tierras mexicanas.
Lágrimas por ver a su Velez campeón y silencio cuando vio
al Palmeiras caer. Con su gol argentina fue al Mundial 86 y por salir al
exterior terminó por auto aislarse del balompié albiceleste. Eran otros tiempos
y no todos los que jugaban en el extranjero eran imprescindibles para la
selección.
Han pasado varios días y he preferido observar lo que
sucede. Es más de lo mismo. Las portadas, los titulares con los colores
llamativos y las primeras entrevistas. Quiénes serán los convocados, se tomará
en cuenta a Pizarro o la vida personal de Guerrero desplazará la importancia de
sus goles en el brasileirao. Todo muy pintoresco, todo muy peruano. La
eliminación está lejos y la ilusión gobierna. Nada está dicho, sin embargo, a
veces da la impresión que no hay nada más que decir.
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