domingo, 4 de septiembre de 2011

Algo que contar

Nunca cambió su forma de ser, pero al final ella lo abandono. Han pasado algunos meses, mis preceptores dirán que no estoy acorde con el tiempo. ¡Al diablo! Como sí los sentimientos y emociones tuvieran fecha de caducidad.

Peñarol no pudo alcanzar la Copa Libertadores - que novedad – ahora me comprenden. Pero pese a los sucesos que ustedes ya conocen, quise elevar mis parabienes a un conjunto cuyo comportamiento , destruyó el sonámbulo interés en el que estaba sumido en torno al histórico torneo sudamericano .



Evocando aquellas batallas épicas, Diego Aguirre al frente del manya. El hombre de apariencia recia, como debatiéndose en esa interminable lucha entre el ciudadano sosegado contra el gladiador desbocado. De aquellos que nunca dejan de bregar a pesar de estar sentados.

Un puñado de obreros , unos en el agonizar de sus carreras (Darío Rodríguez) , otros empezando a probar las mieles de la popularidad (Alejandro Martinuccio) y algunos sin saber sí retrocedieron o avanzaron (Fabián Estoyanoff).

Anotaciones a última hora, taquicardia interminable en las tribunas , y finalmente el grito desenfrenado que deriva en el llanto. Eso es Peñarol en la Libertadores, como ese matrimonio que se sostiene con amor pese a los golpes y diferencias, como ese eterno idilio que reta a la muerte y desconoce las razones. Benditos ellos.



Ya no estarán más, el zurdo del desborde y las diagonales (Matías Mier) subyugado por la Universidad Católica. Tampoco el roedor de los ¾ (Alej. Martinuccio) que enrumbó a jugar por el aún principesco Fluminense. Y como dejar en el tintero a la patrulla de embiste, Juan Manuel Olivera (Al Wasl). De movimientos parcos y desaliñados, como tratando siempre de ganar por demolición.

La memoria incipiente hablara de los mirasoles. Es tarde para algunos, temprano para otros. Releyendo viejas hazañas, me pregunto ¿Fue verdad?

Recordando nuevas contiendas, ya tengo de que narrar.

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