martes, 16 de octubre de 2012

El hincha extraviado


Cuando  tienes  ocho  años  no  te  percatas  de  casi  nada. Reniegas  para  despertarte  temprano  e  ir  al  colegio. No  te  gusta  la  comida  que  prepara tu  madre, no  haces  las  tareas  y  juegas  al  fútbol  en  los  recreos.

Bueno, una  intervención  quirúrgica  lo  cambia  todo. Era  1986  y  el  hospital  del  niño  cobijaba  a  un  todavía  existente  infante. Ya  olvide  lo que  paso. De  cómo un  inconsciente  galeno  me  salvó  la  vida. Se  los  juró  que  lo  olvide.

Entre  tantos  enfermos  yo  era  el  más  saludable. Todo  me  era  extraño. La  fiebre  mundialista  estaba  en  el  ambiente  y  había  un  compañero  de  piso  que  no  hacía  nada  más  que  hablar  de  Maradona. Que  el  pibe  esto, que  el  pibe  lo  otro. Que  nadie  podría  contra  ese  individuo  que  sucumbió  ante  Luis  Reyna  pero  que  manejaba  la  zurda  con  maestría. Yo  desconocía  de  fútbol, lo  admito. Allí  estaba  él, postrado  en  una  cama  pero  con  la  mirada  más  emocionada  que  recuerde. No supe  más  de  aquel contemporáneo  sin  piernas.

Argentina  fue  campeón  del  mundo  y  Maradona  marcó  una  época. No  lo  sé, tal  vez  era  vidente. No  lo  sé, tal  vez  era  intuitivo.



Sepultado  en  mi  memoria  recuerdo  mucho  sus  palabras, no  así  su  nombre. Solo  recuerdo  al  hincha  extraviado  cuyas  ganas  de  vivir  eran  superiores  a  las  mías. Solo  recuerdo  a  aquel  desahuciado  que  sonreía  como  si  nada  pasara, que  soñaba  como  si  hubiera  un  mañana. 

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