Cuenta la
historia que en las lejanas
tierras asiáticas, cuando el
cable no existía
y el Facebook
ni se pensaba, apareció un
uruguayo para darle
la contra a
un inesperado campeón
europeo y ubicar
en lo más alto a
un millonario recientemente
coronado.
Antonio Alzamendi
soñaba con ser
como Luis Cubilla
o Artime, pero el
tricolor no se
amista con cualquiera
y el buen
Antoñito, pese a sus
deseos, nunca hizo
lo que más
sabía en el
Nacional. Pero la historia
es contradictoria con
el delantero, porque mientras
la espina del
“Bolso” nunca fue
extirpada, cruzando el rio
de la plata
encontró lo que todos anhelan
y pocos consiguen. La
fama.
No fue
el revulsivo que
destronaría al Peñarol
campeón continental 1982, tampoco
el sucesor ideal de
Francescoli en River. Sin
embargo, este wing con
muchísimo gol tuvo su
momento de gloria
muy lejos de
donde él lo hubiera imaginado. Pero como
Maradona copaba todas
las miradas nadie
se percató que
el duraznero también
había hecho campeón
mundial a un
conjunto argentino. Porque River
estará por historia
lejos de los
pobres, aunque dentro de
un césped grisáceo
amenizado con trompetas, al
menos eso es lo que
interpreto, el viejo hormiga
colocó al millonario
más cerca del
pueblo y más lejos
del estatus.
El Steaua
Bucarest es parte
de la crónica, como
para cumplir con
los profesores del
periodismo, aunque como diría
Gabriel García Márquez:
“Un gran
maestro de música
ha dicho que
no es humano
imponer a nadie
el castigo diario
de los ejercicios
de piano, sino que
este debe tenerse
en la casa
para que lo
niños jueguen con
él”.
Entonces de
qué sirve nombrar
estadísticas o fechas
de nacimiento. Solo sé
que una vez
hubo un uruguayo
de provincia que
salió de la
nada y que
terminó como acreedor
de un millonario.
Ya recordé, ese
era técnico del
Cienciano - me dice mi
padre -
no - le respondí - es
el duraznero que alguna vez conquistó la franja y fracasó con el tricolor.
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