Hay tanto
de que hablar
y poco por
escribir. El gol anónimo, porque los
hay, y no piensen
en sueños o
caricaturas, porque la realidad
refleja lo que
el tiempo olvida. Tan
fácil que nadie
se percataba, pero tan
complejo que pocos
lo entendían. Artime fue
el gol, pero el
gol nunca fue
Artime.
Pasar por
la vida sin
reconocimiento alguno es no
haber vivido. Es ser
uno más de
tantos y uno
menos entre pocos. Luis
Artime nunca deseó
ser ese ídolo
que todos admiran, porque al
ser tocado por
esa fantasía para
anotar, siempre hizo que la humildad
sea su principal
virtud.
Y en
tiempos en que el dinero lo
es todo, todavía se
añoran frases célebres
ante deudas inevitables.
“Mire presidente, sé que
hay problemas y
muy poco dinero. Lo comprendo
y lo acepto. Pero vengo a
pedirle que sea
para mañana, el lunes, dentro
de quince días
o cuando fuere, me
den una fecha
y cumplan. Nada más”.
Porque la
palabra va de
la mano con la promesa
y Artime lo
sabía y así
lo entendía.
Porque la
vida te da
un principio y
te reclama un
final. Y la dignidad
te sugiere una
salida limpia y
no un desaforo
golpista. Y de eso
también sabía Artime.
“Mire Don
Miguel a partir
del domingo no
juego más. No tengo
ningún problema. Simplemente me
doy cuenta que
ya me cuesta
entrenar. Que no me
dedico como antes
y eso me
dice que tengo
que irme”.
Y es
que el fantasma
del gol era
leal y sobre
todas las cosas
extremadamente sincero. Porque la
Copa Libertadores la
ganan los grandes
y los ídolos
del Nacional son
pocos. Y Artime
supo ser un
gigante sin pancartas,
que tenía palabra, pero
que principalmente, exponía humildad.
Artime, el fantasma, el
pescador o el
humilde. Al que siempre
le preguntaban de
cómo fueron sus
goles y él
simplemente respondía:
“Tuve suerte”.
Ese era
el argentino Luis
Artime.
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