Para un jugador
irlandés es tan
común jugar en
Inglaterra como para
un brasileño hacerlo
en Portugal. Eran inicios
de la década del 90.
La Euro
del 88 había
sido una referencia pero
nada definitivo. Al fin
y al cabo ese fútbol al
estilo británico ya
estaba quedando en
el olvido y solo
podía deparar una
temprana eliminación mundialista.
Jack Charlton sabía
que tenía un
equipo muy táctico, nada
de fantasía, salvo que
la tomara Andy Townsend, aunque la
poca participación del
mediocampo hacia que
el ex jugador
del Chelsea se
viera más sacrificado
en tareas de
recuperación. Con casi dos
metros de estatura
Nial Quinn era
la referencia obligada
en el ataque, solventándose todo
en una férrea defensa
conformada por Chris
Morris y Steve
Staunton por los
laterales, y Mick McCarthy
con Kevin Moran
por delante del
experimentado Pat Bonner.
Ya hablamos de un equipo que conocía su trabajo, que dependía de esos servicios largos y que ese roce en la todavía liga inglesa le daba un plus extra de confianza. John Aldridge acompañaba a Quinn en la ofensiva, pero la llegada de Kevin Sheedy y Ray Houghton era primordial para aprovechar los pivoteos aéreos, dejando el trabajo sucio en manos de Paul McGrath y del creativo Townsend.
Se encontraron
con sus maestros
ingleses en primera
fase. Eliminaron a la
prometedora Rumania en
octavos, pero cuando las semifinales estaban
cerca, un gol del “Toto” Schillaci
termino con una
aventura impensada para
los especialistas. Eire regreso
en USA 94, ya
no era la
misma, las edades
eran un inconveniente
y el relevo
generacional se daba
por descontado. Nada fue
igual, Jack Charlton dejo
el cargo, hubo tiempos
de sequía y
de escandalosos robos. Irlanda sin
quererlo marcó una
época, nadie daba nada
por ellos, pero la
historia les devolvió
lo que los gustos le negaron.
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