Recuerdo un
gol de Roberto
Palacios en el
Isidro Romero Carbo, en buen
cristiano, el Monumental de Barcelona.
Eran las
eliminatorias para Francia
98. Eran tiempos de
Alex Aguinaga, Eduardo Hurtado
y de Kleber
Chala. Eran momentos en
que el fútbol
ecuatoriano asomaba, pero no
concretaba.
Empuje, un estilo
definido y la
capacidad de sacarle
provecho a una
ventaja geográfica. Ecuador ha clasificado al
Mundial, ya parece algo
habitual. Técnico colombiano,
un 4 – 4 – 2 marcado, dos
extremos fulminantes y un par
de atacantes potentes
y oportunistas. La condición de
local es importante
para un conjunto que
no tiene estrellas, salvo quizá Antonio
Valencia (Manchester Utd). Un Segundo Castillo (Al Hilal) imponente
que junto a
Christian Noboa (Rubin Kazán)
hacen de la
medular norteña una
maquina simple pero
efectiva.
Jefferson Montero
(Morelia) y su
velocidad por la
izquierda cuajan demasiado
bien con el
experimentado Walter Ayoví (Pachuca). No hay
consumados especialistas y
aunque la muerte
de Christian “el
Chucho” Benítez mermo
la ofensiva, la presencia
de Felipe Caicedo (Lokomotiv Moscú) hacen de
la artillería amarilla
una de las
más temidas en
el continente.
Han pasado
tantos años. Ya los
estadios con palcos
han dejado de
estar de moda. El “Pacho”
Maturana ya no
dirige y aunque
sus últimas intervenciones fueran
nefastas, nadie puede negar
que su estela
continuada por el “Bolillo” Gómez, Luis
Fernando Suarez, y ahora, Reynaldo Rueda
han sido determinantes
en el dulce
presente ecuatoriano. Al Cesar
lo que es
del Cesar y
a Ecuador lo
que su trabajo
le corresponda. Ese es
un verdadero proceso.
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