Hay equipos que agradan sin ser uno aficionado a este. El Celta de Vigo de finales de los noventa era uno de ellos. Ya sabemos que las tierras gallegas vivieron un Boom futbolístico importante posterior a la sentencia Bosman. El Deportivo la Coruña traslado el corazón del Palmeiras a España, mientras que el Celta de Vigo empezó a construir un equipo con menos estrellas, pero con jugadores que realmente marcaron una diferencia contundente cuando se juntaron. El líder de este conjunto era probablemente el ruso Alexander Mostovoi, aunque tampoco podemos dejar de lado a pesos pesados como el brasileño Mazinho o el yugoslavo Goran Djorovic.
No es que aquel Celta ganara algún trofeo, sino que hizo historia por el fútbol que desplegaba y por los triunfos sonados a nivel local e internacional. Balaídos era un verdadero fortín inexpugnable donde fueron cayendo clubes como el Liverpool, Benfica, Real Madrid y Barcelona. Inolvidable el tridente ofensivo formado por el israelí Haim Revivo y los rusos Valery Karpin y Mostovoi. Recordemos que Karpin había llegado procedente del Valencia en la que tuvo una temporada para el olvido y su compatriota Mostovoi venía proveniente del Strasburgo siendo un total desconocido para el aficionado español que solo tenía como referencia las ligas que el Zar ruso alcanzó con el Spartak Moscú.
Primero Javier Irureta y después Víctor Fernández fueron construyendo un equipo que ya jugaba de memoria. Su alineación era conocida y su juego también, pero el ritmo que imponía y la precisión para el pase eran las claves para que el cuadro vigués hiciera de su fútbol algo por momentos incontrolable. Sobresaliente la presencia de Claude Makelele en la volante. Con una función de quite pero con mucha llegada, distaba mucho de ser el todo terreno que se mataba en el mediocampo del Real Madrid para que los pensantes hicieran lo suyo. En el Celta el internacional francés podía desdoblarse jugar a un toque con Karpin, Mostovoi, Juan Sánchez y Lubo Penev. La defensa contaba con un Fernando Cáceres muy sólido, un Michel Salgado dominando la franja derecha y con el noruego Dan Eggen teniendo participación junto al internacional argentino. La presencia del vikingo obligaba a Djorovic a moverse como lateral izquierdo. El organizador de esta orquesta era nada más y nada menos que el brasileño Mazinho, otro de los náufragos de aquel Valencia de Paco Roig que terminó pidiendo auxilio entre huidas de Romario y cambios de técnico.
Muchos piensan que el Celta debió haber logrado un título que coronara su buen fútbol. No se dio así. Al igual que el Brasil de 82 o la Holanda del 74 este humilde equipo de Vigo supo construir silenciosamente algo que a los grandes les cuesta muchísimo, una oncena que juegue bien, guste bastante y, gane con autoridad. El Celta de finales de los 90 será uno de los equipos recordados por siempre y con toda lógica.
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